Poeta
venezolano considerado el mejor exponente del Romanticismo en su país.
Tardíamente llegó el Romanticismo poético a Venezuela de la mano de Juan
Antonio Pérez Bonalde, pero no hubiese podido escoger mejor guía que este
poeta. Su vida estuvo marcada por la pobreza y el exilio, las penurias y los
trabajos ingratos y la pérdida de seres queridos, pero nada de ello le impidió
atesorar una cultura literaria sin parangón en la Venezuela de su época. Como
los grandes románticos europeos, fue adicto al opio y a los viajes, reales e
imaginarios. Tuvo la suerte de llegar tarde al Romanticismo, gracias a lo cual
pudo ahorrarse los aspectos más declamatorios y altisonantes de este
movimiento, y la desgracia de morir antes de ver confirmado el carácter
anunciador y precursor de su poesía en la de los venezolanos que le sucedieron.
Se ha dicho de él que, después de Andrés Bello, fue, en el siglo XIX, el poeta
más alto y cosmopolita de la historia del país.
Si
algo marcó la vida de Juan Antonio Pérez Bonalde fue su condición de
desterrado; casi la mitad de ella la pasó involuntariamente fuera de Venezuela.
Entre 1861 y 1864 vivió en Puerto Rico y Saint Thomas, junto con su familia,
para huir de la Guerra Federal. Durante esa época se desempeñó como maestro en
un colegio que fundó su padre. Ya para entonces conocía varios idiomas
extranjeros. En 1870 se vuelve a ir de Venezuela por ser enemigo político de
Guzmán Blanco, hasta que regresa definitivamente al país en 1889, cuando ya estaba
moral y físicamente destrozado, con muy poco tiempo de vida. A excepción de un
corto período en Venezuela durante 1876, en esos casi 20 años vive en Nueva
York donde, de acuerdo a Arturo Uslar Pietri, trabajó para una empresa
farmacéutica, lo que le permitió viajar como representante comercial, conocer
lugares exóticos y aprender nuevas lenguas. Además, conoció y entabló amistad
con José Martí, uno de los iniciadores del modernismo, y con Nicanor Bolet
Peraza, escritor y compatriota suyo que también estaba exiliado. Allí contrajo
matrimonio, desastroso desde sus comienzos, del cual tuvo a su única hija,
Flor, cuya muerte lo lanzó a refugiarse en el alcohol y las drogas, vicios que
lo condujeron tempranamente a la tumba en 1892, a los 46 años de edad.
El
4 de octubre de 1892 fallece en La Guaira. Once años después (1903) sus restos
son trasladados a Caracas en medio de solemnes honras fúnebres. Y desde 1946,
centenario de su nacimiento, sus cenizas reposan en el Panteón Nacional.