El 4 de junio de
1830, hace 187 años, Antonio José de Sucre toma el camino de su cita final.
Murió asesinado la mañana de un viernes en la montaña de Berruecos, en
Colombia, el Gran Mariscal de Ayacucho, egregio prócer militar, político y
estadista venezolano, figura fundamental de nuestra independencia, uno de los
más leales y consecuentes compañeros de armas e ideas del Libertador, Simón
Bolívar.
Antonio José de Sucre y Alcalá había nacido en Cumaná,
estado Sucre, el 3 de febrero de 1795. Participó en la campaña de Miranda
(1812) contra los realistas, y en 1818 marchó a Angostura, convirtiéndose en
uno de los mejores lugartenientes del Libertador, Simón Bolívar, cuya amistad y
respeto mantuvo de manera firme hasta el fin de sus días. Obtuvo decisivas
victorias en Pichincha (24-5-1822) y Ayacucho (6-12-1824), acción que significó
el fin del dominio español en el continente sudamericano.
Nombrado por el
parlamento peruano Gran Mariscal y General en Jefe de los Ejércitos, proclamó
la República de Bolivia, de la cual fue designado presidente vitalicio, pero renunció a tal cargo en 1828, a raíz de los motines
en la nueva nación y la oposición del Perú a la independencia boliviana. El 4
de junio de 1830 regresaba a Ecuador con el propósito de mantener la unión
grancolombiana, que ya se encontraba en proceso de disolución, pero fue
asesinado en la sierra de Berruecos, víctima de una emboscada, cuando apenas tenía
35 años de edad.
El asesinato
de Sucre fue como una “Crónica de una muerte anunciada”, ya que el mismo fue
planificado y ejecutado en las Montañas de Berruecos- Arboleda (Nariño)
Colombia, con alevosía, ensañamiento, ventaja y premeditación. Tras la cobarde acción, allí permaneció su cadáver por más
de 24 horas hasta que los pobladores de las localidades cercanas le dieran
cristiana sepultura. Si el mariscal se hubiese ido por Buenaventura, allí lo
esperaba el general Pedro Murgueitio para darle muerte; si optaba por la vía de
Panamá lo acechaba el general Tomás Herrera, y desde Neiva lo vigilaba el
general José Hilario López.
El 4 de junio de 1830, día viernes, muy temprano por la
mañana, Antonio José de Sucre toma el camino de su cita final. En el sendero
estrecho a Cabuyal, en las montañas de Berruecos, cuatro asesinos contactados
por José María Obando lo esperaban. Ellos eran: Apolinar Morillo, venezolano,
Andrés Rodríguez y Juan Cruz, peruanos, y Juan Gregorio Rodríguez, de Tolima,
Colombia. Cuando pasa la comitiva, una voz grita: «¡General Sucre!». El joven
General, de apenas 35 años de edad, voltea y en el acto suenan los disparos.
Sólo pudo oírsele decir: «¡Ay balazo!». Y cayó muerto el novel General cumanés,
víctima de las intrigas y las ambiciones.
Al conocer la noticia, Bolívar, lleno de dolor, exclama:
«Se ha derramado, Dios excelso, la sangre del inocente Abel...
Estaba convocado el Congreso constituyente que debiera
fijar los destinos de Colombia, y Cumaná su país natal, puso los ojos en él.
Sus distinguidas cualidades decidieron a aquel cuerpo a elegirlo para su
Presidente, y posteriormente para la ardua comisión que se dirigió a Venezuela.
Ella no tuvo el suceso prometido; empero sirvió para mostrar su capacidad.
Habiendo regresado a la capital, resolvió marchar precipitadamente a los
Departamentos del Ecuador, donde creía su presencia importante. Él fue
advertido de los riesgos que corría, y confiado en su nombre y en su mérito, no
quiso tomar las precauciones convenientes.
Esto lo perdió. El día 4 de junio en la montaña de
Berruecos cerca de Pasto, recibió una descarga de fusilaría que lo privó de la
vida. El Prefecto y Comandante General del Cauca están (en 1830) practicando
las diligencias más activas en el descubrimiento y persecución de los asesinos.
¡Así murió a los 35 años de edad el vencedor de Ayacucho! ¡Así acabó su vida
corta, pero tan llena de merecimientos!
Si hubiera exhalado su espíritu sobre el teatro de la
victoria; con su último aliento habría dado gracias al cielo de haberle
reservado una muerte gloriosa; pero asesinado cobardemente en una oscura
montaña, él deja a su patria el deber de perseguir esta alevosía, y de adoptar
medidas que corten nuevos escándalos y la repetición de escenas tan lamentables
como oprobiosas.
Fuente:
(Gaceta de Colombia de 4 de julio de 1830).
Fuente:
Panorama.