El General Antonio José de Sucre nació en la ciudad
de Cumaná, provincia de Venezuela, el 3 de Febrero de 1795, de padres ricos y
distinguidos.
Recibió su primera educación en la capital de Caracas.
En el año de 1802, principió sus estudios en Matemática para seguir la carrera
de ingeniero. Empezada la revolución se dedicó a esta arma y mostró desde los
primeros días una aplicación y una inteligencia que lo hicieron sobresalir
entre sus compañeros. Muy pronto empezó la guerra, desde luego el General Sucre
salió a campaña. Sirvió a las órdenes del General Miranda con distinción en los
años 11 y 12. Cuando los Generales Mariño, Piar, Bermúdez y Valdez emprendieron
la reconquista de su patria, en el año de 13, por la parte oriental, el joven
Sucre les acompañó a una empresa la más atrevida y temeraria. Apenas un puñado
de valientes, que no pasaban de ciento, intentaron y lograron la libertad de
tres provincias. Sucre siempre se distinguía por su infatigable actividad, por
su inteligencia y por su valor. En los célebre campos de Maturín y Cumaná se
encontraba de ordinario al lado de los más audaces, rompiendo las filas
enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías de voluntarios
que componían todas nuestras fuerzas. La Grecia no ofrece prodigios mayores.
Después de la batalla de Boyacá, el General Sucre
fue nombrado Jefe del Estado Mayor General Libertador, cuyo destino desempeñó
con su asombrosa actividad. En esta capacidad, asociado al General Briceño y
Coronel Pérez, negoció el armisticio y regularización de la guerra con el
General Morillo el año de 1820. Este tratado es digno del alma del General
Sucre: la benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron; él
será eterno como el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra; él
será eterno como el nombre del vencedor de Ayacucho.
El General Sucre formó, en fin, un ejército
respetable durante aquel armisticio con las tropas que levantó en el país, las
que recibió del Gobierno de Colombia y con la división del General Santa Cruz
que obtuvo del Protector del Perú, por resultado de su incansable perseverancia
en solicitar por todas partes enemigos a los españoles poseedores de Quito.
El General Sucre, bien pronto, fue destinado a una
doble misión militar y diplomática cerca de este gobierno, cuyo objeto era
hallarse al lado del Presidente de la República para intervenir en la ejecución
de las operaciones de las tropas colombianas auxiliares del Perú. Apenas llegó
a esta capital, que el gobierno del Perú le instó, repetida y fuertemente, para
que tomase el mando del ejército unido; él se denegó a ello, siguiente su deber
y su propia moderación hasta que la aproximación del enemigo con fuerzas muy
superiores convirtió la aceptación del mando en una honrosa obligación.
La Batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria
americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido
perfecta, y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en
una hora a los vencedores de catorce años, y a un enemigo perfectamente
constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la desesperación de nuestros
enemigos. Ayacucho semejante a Waterloo, que decidió del destino de Europa, ha
fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones venideras esperan
la victoria de Ayacucho para bendecirla, y contemplarla sentada en el trono de
la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el
imperio sagrado de la naturaleza.
Como lo expresa muy bien el historiador Tomás
Polanco Alcántara, "el símbolo de la continuidad de Bolívar era Antonio
José de Sucre. Paulatinamente, por su talento personal, por sus dotes
intelectuales y por su espíritu altivo, digno y limpio, Sucre se fue
convirtiendo en el complemento indispensable de Simón Bolívar. [...] Respetado
por los argentinos, los chilenos y los peruanos, admirado por los bolivianos y
quiteños, sin enemigos en Venezuela y en la Nueva Granada y con todos sus
antecedentes, Sucre estaba destinado a ser el natural sucesor de Bolívar".
Sin embargo eso no sucedería. De camino a Quito,
adonde iba a reunirse con su familia, fue emboscado y asesinado el 4 de junio
de 1830 en la sierra de Berruecos, ubicada en Colombia. Se le atribuye su
muerte a José María Obando, jefe militar de la provincia de Pasto. Al escuchar
las noticias de su muerte Bolívar dijo: "Lo han matado porque era mi
sucesor".
El General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el
redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió
Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie
en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de
Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada.